Eran las cinco. De madrugada.
No dormía.
En algún momento me ausentaba consciente, sabedora de que era una noche perdida. Pendiente de mis sensaciones. De mis exigencias vitales.
Me preparé una tisana de jengibre natural. Lo pelé y troceé.
Tome un poco.
El sueño vino a mí.
He despertado pasadas las diez y media.
Bien.
Mi naturaleza es así.
No soy constante.
Con cuatro horas que duerma ya tengo bastante, pero no cada día.
He tomado lo que quedaba de ese líquido, colándolo sobre los restos de antes de dormir, y el vaso de agua con equinacea.
Un café con bebida de soja y nada más.
Al cabo de un par de horas, como suelo, el plátano, Pequeño y sabroso, y dos higos secos.
He preparado unas lentejas para comer. No de bote.
Lentejas con arroz integral, algas, sofrito de cebolla, pimientos y zanahoria.
Una lata de champiñones enteros y recortes de jamón y chorizo.
Sal, pimentón dulce, pimienta de cinco variedades, ajo de polvo,…
Ha salido sabroso.
A fuego lento. Por supuesto.
Mi postre melocotón en almíbar.
Ayer la naranja no me sentó nada bien.